UN EXAMEN PECULIAR
CAPÍTULO 1
Aquél fue un año inolvidable. Los partidos de balón
prisionero que duraban horas (o eso parecía), las carreras por los pasillos, el
día que trajeron aquel hinchable que medía metros y metros... Sin embargo lo
que nunca se borrará de mi memoria es el examen de educación física que nos
hicieron aquellos magníficos profesores.
Corría el mes de junio y el calor ya
era sofocante. Todos queríamos salir de las cuatro paredes del colegio y cuando
Andrés y Ainhoa, los profes de educación física, entraron a nuestras clases
diciendo que había un autobús esperándonos para ir a un bosque cerca del
colegio, casi no podíamos creérnoslo. Salimos a la carrera hacia el bosque
soñado y a los pocos minutos estábamos allí. El autobús se metió por una
carreterita y un poco más tarde estábamos realmente en mitad de un enorme
bosque. Bajamos del autobús emocionados y Ainhoa empezó a caminar, liderando al
grupo sin seguir ningún camino visible, aunque parecía decidida. Unos minutos
más tarde, en un claro del bosque, Ainhoa paró, nos puso en círculo y nos miró
con la expresión más seria que había visto en mi vida. Todo lo que dijo fue:
-
Chicos y chicas, hemos estado
aprendiendo orientación durante el último mes. Ahora estáis preparados para el
examen final. Iréis por parejas. Sólo aprobará aquél que, desde aquí llegue al
colegio en menos de dos horas. Usad vuestros conocimientos y vuestra intuición.
¡Ah!... Y suerte.
Cuando Andrés y Ainhoa se alejaron a
toda prisa, a nadie se le ocurrió seguirles, porque todos estábamos
literalmente blancos.
Intenté recordar lo que habíamos
aprendido, me subí a un árbol y miré a ver si se veía algo a lo lejos, se podía
ver algo rojo y decididos fuimos hacía allí. En el bosque nos encontramos a
muchas personas, la que más me impresionó fue encontrarnos a aquél mudo que nos
dijo que si habíamos visto animales, no sé cómo pudimos entenderle haciendo
gestos. Bueno, volví a subirme a un árbol y nada, no había nada, ¡de repente!
oí una voz familiar, eran Pablo y César, que también se perdieron como
nosotros. Así que decidimos ir con ellos. Al cabo de una hora caminando los
cuatro estábamos muertos de calor, a lo lejos se oía un río, así que sin
pensárnoslo cuatro veces, porque claro éramos cuatro, echamos a correr hacia el
río, cuando llegamos al río, los cuatro escupimos en el río, vimos que los
escupitajos desaparecieron en el agua eso significaba que se podía beber. Al
cabo de unos minutos bebiendo escuchamos unos ruidos, parecían pisadas de
personas, de repente aparecieron Mario y César, ya éramos seis, detrás de ellos
vinieron Juan y Santiago, ya éramos ocho perdidos, Santiago, Juan y César
recordaron que había un río que pasaba cerca del colegio Solera. A lo mejor si
lo seguían llegaban al colegio. Empezamos a caminar siguiendo el río. Tras
tanta vuelta, con aquél calor insoportable y un cansancio superior a nuestras
fuerzas decidimos sentarnos bajo un enorme sauce y darnos un respiro.
CAPÍTULO
2
Al cabo de un rato seguimos la marcha
hacía el colegio o hacia donde fuéramos. Caminamos y caminamos hasta oír:
-
¡Un tejón!
César recordó que, en estos bosques, no
había tejones. Lo único que podía ser era una marsotá[1].
Al caer la noche, nos refugiamos en una
vieja caseta que parecía abandonada. Entramos en la caseta y no había nadie, eso
era bueno, por ahora buscábamos un sitio para dormir, y nos echamos al suelo.
Al día siguiente salimos al bosque otra vez y buscamos alguna fruta para comer
por allí cerca. Volvimos a oír:
-
¡Un tejón!
Pero esta vez la voz venía de detrás
nuestra, miramos y eran Pepe y Sergio que intentaban asustarnos (nos unimos a
ellos). Y entonces apareció como de la nada aquél extraño animal.
CAPÍTULO 3
El animal que nos salvó era una
marsotá. Era un animal muy juguetón, gracioso y muy amable, tan amable que
incluso nos salvó.
Por el aspecto que tenía éramos los
primeros humanos a los que se había acercado. Tenía un gorro amarillento con
flores. Estaba muy sucio, lo intentamos limpiar pero no le gustaba el agua,
¡qué animal más raro! Intentamos descubrir de dónde había venido pero, de
repente, él nos lo contó, ¡un animal que habla! Nos quedamos impresionados y,
la verdad, sí que era un animal muy raro. Nos dijo que había venido excavando
un gran agujero subterráneo.
CAPÍTULO 4
Cuando aquél animal se nos apareció
intentamos cogerle. Al final conseguimos atraparle y nos dijo que si nos podía
ayudar en algo. Nosotros le contamos nuestra historia. Aquél animal comenzó a
guiarnos por el bosque. Nos metimos por un camino muy estrecho por el que hacía
años que nadie pasaba. Notábamos cómo el aire removía las hojas y, con los
ruidos del animal, hacían una magnífica melodía. Atravesamos un cortafuegos que
más que un cortafuegos parecía un huerto de flores con muchas vacas. El camino
estaba lleno de cardos, era muy estrecho y estaba lleno de latas y botellas.
Ya era casi mediodía y llevábamos una
hora caminando. El animal llegó a un río, todos pensamos que había que
cruzarlo, pero no. Lo seguimos por un lado y al final llegamos al colegio
Solera, y caminando, llegamos al colegio Monte Tabor.
Allí estaban Ainhoa y Andrés.
Como premio por haber llegado todos
juntos nos dieron una caja. Dentro había un libro con un montón de hojas en
blanco, donde en la portada ponía ‘Un examen peculiar’. El libro era para que
escribiéramos todo lo que nos había ocurrido en el bosque y cómo conocimos a la
marsotá.
TITULAR DE LA NOTICIA: NIÑOS PERDIDOS REGRESAN AL COLEGIO
Unos niños que se habían perdido en el
bosque cuando hacían un examen de educación física, fueron devueltos al colegio
por un animal.
Volvieron después de haber estado un
mes en el bosque.
Llegaron el miércoles 8 de octubre a la
ciudad de Madrid. El animal de poca existencia, se lo dieron a una mujer para
que lo inspeccionase e hiciese fotografías.
Hay un montón de periodistas interesados
en cómo aquél animal les salvó.