miércoles, 28 de marzo de 2012

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 5ª Categoría. 3º y 4º de ESO.

Amar a un semejante
Por Blanca Planells Merchán   3º ESO B

La fiebre me había vuelto a subir. Sudores fríos recorrían mi cuerpo y los ojos me escocían. Llamé a Irene y mientras me daba a beber, colocando las almohadas, supe que mi tiempo se acababa. Tenía que hacerlo ya, merecía saber la verdad. Cogí pluma y papel y, no sin esfuerzo, comencé a escribir:

Queridísima Cristina:
Canaima. Venezuela
Le escribo esta carta ya que, lamentándolo muchísimo, creo que su carruaje no llegará a tiempo. Irene le ha entregado mi carta. Lo que  voy a escribir ha sido mi secreto durante toda mi vida y a vos, mi hija primogénita se lo quiero explicar.

Mi historia comienza cuando yo contaba con 15 años. Mi padre era capitán del Libertad, una gran nave de mercancía y pasajeros. Navegaba durante meses y luego volvía a Sevilla, nuestra ciudad natal, dónde le esperábamos mis hermanos y yo: Jorge, Miguel y Diego. Todos nosotros queríamos viajar con él, conocer mundo. No podían dejarme en tierra, así que finalmente conseguí enrolarme en una travesía y posterior estancia en las Américas.
Diego, que era mi hermano preferido, y yo pasamos semanas hablando sobre esa brillante aventura que íbamos a iniciar, apasionante y terrorífica a la vez. 

Partimos del puerto de Palos el 19 de septiembre de 1964. En el Libertad iban 54 marineros, 21 pasajeros y mercancía variada. Yo era la única mujer.

Durante el trayecto aprendí a pintar, a leer y a escribir aleccionada por Diego. Estudié geografía o economía pero lo más sorprendente fue que en un mundo tan reducido como era una nave aprendí más sobre la vida, el esfuerzo y el espíritu de trabajo que en cualquier otro lugar.

Tras 53 días de navegación desembarcamos en las costas de Venezuela dónde permaneceríamos durante años indefinidos.

Allí teníamos una casa pequeña pero acogedora. Constanza nos recibió. Lo primero que me sorprendió, de su raza desconocida para mí, fue su piel oscura o los extraños sonidos con los que conversaba con su hijo. Su piel era color canela, quemada por el sol y arrugada por la edad; sus ojos eran grandes, profundos y chocolate; su cabello largo, fuerte y aún oscuro.  Su coronilla apenas llegaba a mis hombros y su constitución era robusta. Era reservada y silenciosa. Amaba por encima de todo a su único hijo: Íñigo, que había nacido tras morir su marido.

Le conocí una mañana de octubre. Caminaba hacia las cuadras con aire desenfadado y una sonrisa burlona en sus labios. Una melena castaña caía tapando sus ojos miel. Llevaba el caballo del Padre Ramón. Bajé de mi yegua mientras sus ojos me atrapaban, unos ojos que gritaban en silencio. Se presentó sin sentirse acongojado por el hecho de nuestra diferencia social. En ese instante supe que era especial.

Me dolían las manos de escribir, no era capaz de ver bien. Mi cabeza recordaba aquellos momentos de mi vida y empecé a divagar cómo habría sido mi vida si la enfermedad no existiese. Recordé su música: eses sonido extraño y desconocido, rítmico y secreto. Una vez le pregunté y su única respuesta fue: sólo siente. Y lo hice, sí, sentí, sentí, sentí la música fluir en mi alma y empaparme. una lágrima plateada pujaba por escaparse de mi ojo, le obligué a quedarse. Al menos tengo la esperanza de que dentro de cada vez menos le volvería a ver. Me obligué a seguir escribiendo:

Entré en casa para conocer al Padre Ramón, íntimo de mi padre. Me confesó y se convirtió en una persona de confianza profunda. Mostró un gran interés por ayudarme en mi vida, resolviendo mis dudas de fe. 

Íñigo merodeaba constantemente por mi casa así que, sin razón alguna, un día empezamos a hablar. Veníamos de mundos casi opuestos y aún así me entendía. Hablábamos de sueños y anhelos, de lucha y de paz. Me contaba historias sobre los colonos, sobre cómo llegaron a estas tierras, sobre los indígenas y sus costumbres. Cuando tenía miedo me contaba historias fantásticas que siempre tenían un final feliz. 

Como un puzle me fue desvelando piezas de su alma, de su ser o de su historia. Su madre, Constanza, era natural de Venezuela pero su padre era un colono llegado del Reino de Castilla. Sus padres, se conocieron, se casaron y se amaron. Cuando su padre murió por una extraña enfermedad, su madre se hundió en la tristeza. No se volvió a casar. 

Un día de invierno, paseaba con Diego e Íñigo por el puerto. Mientras veíamos barcos zarpar escuchábamos al criollo hablar de su infancia. Entonces me miró y me di cuenta de una verdad que había tratado de tapar: estábamos loca e irrevocablemente enamorados.
Hablábamos de matrimonio, de futuro, pero no éramos tontos. ¿Un criollo esposo de la hija del Capitán Montoya? Imposible... Lágrimas de impotencia bañaban mis ojos verdes y se enredaban en mi melena dorada, cada vez más larga y rizada.

Mi padre decidió que era la hora de casarme y creyó encontrar al candidato adecuado en Hernando Jáuregui, un hombre honrado e hijo del coronel Jáuregui. Le dije que no me quería casar todavía y me dio tiempo.

Decidimos hablar con el Padre Ramón y él enseguida entendió nuestra situación. Tomamos una decisión arriesgada: nos permitiría casarnos y nos llevaría a otra ciudad cercana donde podríamos vivir juntos y humildemente.

Nos preguntó si nos amábamos y nos casó un dulce día de primavera: el 3 de marzo de 1965, a escondidas, por supuesto.

Marchamos una madrugada calurosa, marchamos hacia una nueva vida, un nuevo horizonte nos esperaba. 

Vivimos en un ambiente de profundo amor. Una mezcla de culturas se estaba cumpliendo, la integración. Nos era imposible entender en qué nos diferenciábamos: tenemos el mismo corazón, dos ojos, dos brazos, dos piernas, inquietudes internas, una necesidad de perfección y amor que dar. no había nada que nos pudiese separar, o eso creíamos...

Llegó la enfermedad. 34 días pasaron desde nuestra huída hasta que sus ojos dejaron de mirarme, sus manos de tocarme, su boca de hablarme. Se fue como era: fuerte, valiente y atrapándome con sus ojos. Yo llevaba su fruto, nuestro fruto de amor en mis entrañas.
Volví a mi casa, junto a mis hermanos y a mi padre. En contra de lo que pensé, la alegría de mi padre fue mayor que su ira. Nunca me preguntó dónde había estado y jamás lo había contado hasta ahora. 

Apenas dos semanas después mis segundas nupcias fueron celebradas y pasé a convertirme en la esposa del padre de tus hermanos. Hernando es un hombre bueno al que siempre he respetado y apreciado. Nuestra vida juntos ha sido feliz. Cuando apenas 8 meses después de casarnos naciste nadie imaginó que nuestra preciosa niña, de la que estábamos y estamos tan orgullosos fuese hija de Íñigo, un criollo.

Tu padre era mi alma gemela, me entendía completamente, como ningún otro ser humano.
Hija mía, perdóname. Sé que deberá habérselo contado antes, pero el miedo siempre me atenazó y este es el momento adecuado, ya no tengo nada que perder ni excusas que poner. Mi última petición es su silencio.

Recuerda siempre que el amor rompe barreras y supera todo. Una vez alguien me dijo: ama, ama mucho porque amar a un semejante es mirar el rostro de Dios.
Suya siempre,
Clara Dulce Montoya de Jáuregui.

Finalmente había acabado de escribir mi legado, mi historia y la historia de Íñigo, una historia de amar a un semejante.
Me tumbé delicadamente y cerré los ojos para descansar. El cansancio me aplastaba como un losa y me hundí, me hundí en el silencio. Estaba en un pozo oscuro, intenté llamar a Irene, decirle que tiene que darle la carta a Cristina. Pera yo no podía, estaba inmóvil y, de repente, dejé de sentir el dolor. Se iluminó todo y ya no estaba esclavizada, ya era libre. 

Me estaba esperando en nuestro hogar eterno.

martes, 27 de marzo de 2012

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 1ª Categoría. 1º y 2º Primaria

La Momia en Perú
Por Jaime Martins-Soares. 2º A 

Un  explorador fue a Egipto, en el desierto encontró una pirámide que dentro tenía luz. Dejó la mochila fuera y fue a explorar dentro, pero no sabía que un espía le estaba espiando.
El espía tenía una mochila igual, la dejó y cogió la del explorador y la enterró. El espía fue por un camino distinto al del explorador.

El explorador no encontró nada más que jeroglíficos en las paredes, mientras el espía había encontrado una momia,  fue a su mochila la guardó con dificultades y siguió su camino. El explorador cogió su mochila que no sabía que era la del espía y se fue a Perú en avión.
Figura de mono en el desierto de NAZCA (Perú)
Cuando llegó a su hogar abrió su mochila sin fijarse en su contenido, y fue al ordenador.
Cuando el espía estaba a punto de llegar a Perú, el espía estaba escribiendo su aventura.

El espía entro en la casa sin dificultades porque la puerta estaba abierta.

Cerró la mochila y se la llevó sin que la viera el explorador. Se fue al desierto de Nazca en avión, vió un mono dibujado en las montañas  de arena, fue a explorar y vio murallas de arena, donde se escondió.

Mientras el explorador había terminado de hacer el cuento, se dio cuenta de que le había roobado la mochila. Entonces se montó en el avión y se fue a explorar Machu Pichu y ni rastro de su mochila y decidió ir a Nazca.

El espía se había desmayado, el explorador lo encontró  y cogió la mochila y se fue a su casa, la abrió y vio la momia, entonces entendió lo que pasó.
El explorador volvió a Egipto a colocar la momia de nuevo en su sitio.

sábado, 24 de marzo de 2012

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 4ª Categoría. 1º y 2º E.S.O



Cuentos Antes de Dormir 
Por  Marta Igea Gracia

 La cosa inesperable llegó en ese momento. Alguien atravesó andando bastante deprisa el salón. Se notaba que era una persona anciana ya que eran pasos torpes y ruidosos. Por favor que no sea la señora Pilar, la señora Pilar no, repetíamos sin cesar. Delante de nuestra puerta se paró jadeante casi sin poder respirar. En sumo silencio, Lucía y yo, nos escondimos debajo de la cama. Gritando nuestros nombres entró en el cuarto, pero… no era una voz de mujer. Lucía se soltó de mi mano y gritó:
Artesania Huichole
- ¡Abuelo! ¡Abuelo!- gritaba sin cesar-. ¿Eres tú abuelo? Sé que eres tú, es tu voz. No te escondas por favor.
     Una risa empezó a sonar detrás de los visillos. No era una risa típica de miedo, sino una risa cariñosa, llena de amor…
- Ven aquí pequeña. ¿Qué tal todo? Y… ¿Por qué te habías escondido? Te doy tanto miedo. No pretendía asustarte carió.
     Rojo como un tomate salí de debajo de la cama y sin  saber por qué me empecé a reír. Ya tenía ocho años y no me podían asustar con tanta facilidad.
- Hola abuelo- susurré muy bajito a su oído- Lo siento un montón, pensábamos que eras la señora Pilar, y ya sabes, pues…
- Tranquilo pequeño. Mamá se ha ido cuando he entrado y me ha pedido que os prepare la cena. Hoy toca macarrones.
     Pasado ya todo el susto bajamos a cenar. Entre risas y mucha charla nos comemos los macarrones y el plátano, la fruta, que por cierto, más nos gusta. Encontré de repente el próximo tema de nuestra conversación:
- Abuelo, la última vez que viniste nos contaste el cuento de la princesita perdida podrías hoy, por favor- le dije muy educadamente- contarnos el cuento de los piratas, aquel que nos contaste hace mucho tiempo, uno que empezaba…
- Me acuerdo como empezaba pequeñín, pero no prefieres cuentos nuevos, sobre países lejanos, personas con ritos y culturas raras, no sé cómo decirte ¿algo diferente?  
- Pero… ¿Cómo qué? -contestó rápidamente y con muchísima intriga Lucía-. Nos sabemos todos los cuentos del mundo, incluso el del perro que vuela, ya no existen más.
- Poneos los pijamas, corred, que tengo una historia que os encantará. Aun no la habéis escuchado, me la contó mi viejo amigo, aquel con el que hice mi viaje a Méjico.
     Corrimos a una gran velocidad, nos dimos un gran baño de agua caliente, nos pusimos los pijamas, nos lavamos los dientes y corriendo nos metimos en la cama de papá y mamá, ya que era la única en la que nos podíamos acostar los dos juntos cuando ellos no venían a dormir.
- Y la historia tratará sobre alguno de allí, algún americano antiguo, uno de esos raros que salen los libros solo por sus rituales - dije yo intentando explicar a quien me refería.
-  A lo que te refieres son los aztecas, y en efecto, hoy mi historia se basa en sus leyendas. Cuando viajé hacia allí, aprendí un montón, pero hubo una que me llamó la atención especialmente. Para ellos el maíz tiene una especial importancia y mi historia trata sobre este alimento, un alimento que lo consumimos incluso en el desayuno, entonces imaginaos la importancia que tiene. Acomodaos que empiezo. Ésta historia me la contaron los huicholes, unos habitantes de un pequeño pueblo, y por ello sus antepasados son los personajes de esta historia:
     Los huicholes ya estaban cansados, comer todos los días lo mismo era agotador. Necesitaban algo diferente, a lo mejor un alimento que se pueda comer todos los días pero que se pueda consumir en miles de formas diferentes. Un joven de este pequeño pueblo oyó hablar del maíz  y se imaginó todas estas formas en las que se podía presentar. Con solo pensarlo se le hacía la boca.
-Un segundo, un segundo –contesté - ¿Qué un alimento se pude presentar en miles de formas? Eh…No, no lo entiendo.
-Un ejemplo sería el del chocolate, se puede presentar en onzas, siropes e incluso batidos; pues igual el maíz.
-Ah… vale, vale. Bueno pues ya puedes seguir.
-¿Por dónde iba…? ¡Ah sí, como iba diciendo!...:
     Pero en ese momento, solo existía un pequeño problemilla, el maíz se encontraba demasiado lejos, al menos al otro lado de la montaña, pero las ganas ganaban y este joven se puso en marcha hacia su meta. Después de una buena siesta esa noche, se levantó con unas ganas de comer atroces. Y allí la avistó, una gran ave se posaba en las ramas más elevadas del árbol. Apuntó rápidamente hacia ella pero ésta, le aclaró que ella era la Madre del Maíz la cual le iba a permitir alimentarse con todo el maíz que quisiese, y le pidió que no la matase.
-Guaaaau…-se le escapó a Lucia.
-No interrumpas Lucía, sigue abuelo por favor.
-¿Estáis seguros? Aun queda un poquito. ¿No tenéis sueño?
-No, no, sigue. Me encanta esta historia mañana la contaré en el cole.
-Bueno, bueno…:
     Le condujo al país del Maíz. Para él esto era un sueño hecho realidad. En esa preciosa tierra se encontraban las cinco doncellas más bellas de todo el mundo, pero sólo una, con su encanto y dulzura consiguió enamorar a este joven tan aventurero. Mazorca Azul, que así se llamaba, se casó con el protagonista de nuestra historia. La mujer le enseñó a cultivar el maíz y a darle los cuidados que necesita. Por tantos robos, Mazorca Azul, también tuvo que enseñar a colocar fuego alrededor de las cosechas. Y lo mejor de todo es que… pero, ¿qué es ese ruido?
Traje tipico de los Huichloes
     El abuelo debió mirarnos a los dos, y solo se encontró a dos hermanitos pequeños abrazados, roncando alternativamente.
-Buenas noches y que soñéis con el maíz- exclamó el abuelo con alguna que otra sonrisa.
     Caminó hacia el salón, por el que hace unas horas había pasado corriendo, cogió el teléfono y llamó.
-Claudia, hija mía, ya se han dormido. Dale recuerdos a Álvaro y que duermas tú también bien.

Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 6ª Categoría. Bachillerato

CONVERSACIÓN EN EL AVIÓN.
Por Francisco José Sobrino Henández


- Usted dirá…
- Al aeropuerto, por favor. Y rápido.
- Descuide… ¿Pa’ ccuál de los dos?
- ¿Tantos hay? Ni que esto fuese Nueva York…
- ¡Oiga usted! Cuida’u con lo que dicce, que esta ciudad puede ser que no sea ni si quiera ccapital, pero de chica no tiene nada, y pa’ ser reconccocida como “La Roma de América” o “La Ciudad de los juristas” o “Muy noble y leal”, y cientos más con los que no quisiera yo aburrirle, porque habeilos ha…
- Ya me aburre, así que dedíquese a hacer su trabajo. ¿Cuál es el que realiza los vuelos internacionales?
- ¿Le ve accaso alas a mi taxi, o a mí cara de piloto aviador? Que pa’l caso sea dicho, pude haberlo si’u, porque virtualidad y espaciosidad, mire usted que dos palabrejas, me sobra y me chorrea, pero el doctor me detectó un impedimiento, que me incapaccitaba pa’ esto del volar, algo así como arofobia o erofobia, o una de esas, vamos que me subo yo al aeroplano y me quedo desmaya’u. Aunque mi abuela, que en p…

- Señor taxista, aunque respeto mucha a su abuela, sino arranca en menos de siete segundos voy a dejar de respetar a otro miembro de su estimada familia, así que haga el favor, y lléveme al aeropuerto inmediatamente, que el vuelo sale en una hora y no hay otro hasta el Lunes que viene.
- Mejor habría queda’u diez segundos que es número mas redon…
-¡YA!
- Vale, vale, nos vamos ya ¡Marchiando al aeropuerto!  … Por cierto ¿a ccuál?
- ¡Al más grande, que se yo!
- El más grande es el Internacional Rodríguez Ballón, ¿a ese?
- Así que hay un aeropuerto cuyo nombre tiene como primera palabra “Internacional”, y cuando le pregunto sobre los vuelos internacionales me sale con que si es usted piloto o tiene usted aerofobia. Es increíble.

- ¡Eso! Aerofobia, sí, sí, eso decía yo, pero usted tranquilo que ya nos vamos, que me está dando un miedo con esa ccara que pone, si hasta se parece a la de mi parienta ccuando me ve apartiando las zanahorias rehogadas pa’ comer el guisa ‘u de papas…

“Y aún me queda Estocolmo…”, pensé a la vez que el chiste fácil arrancaba una fugaz, breve y casi imperceptible sonrisa de mi inexpresiva faz “¿Cuándo fue la última vez que reí…?” “Supongo que ya no tengo tiempo ni para eso.” En cambio sí tuve tiempo para fingir un profundo sueño, con el que disuadir al conductor de cualquier intento de despegar esos gruesos labios, o volver a emitir, ninguna de esas empalagosas palabras, extraídas de algún cruel y taimado dialecto indígena.

- Ya llegamos.
- Bien, ¿cuánto es?
- ¿Ya despertó? Que sueño tan ligero tiene usted… 156 soles.
- Ni se lo imagina… tenga, esto de propina, para que le compre un pastelillo a su abuela. Buenos días.
-  Sí… buenos…uno, dos… esto no da ni pa’ un chiccle…

Dejando atrás al ofuscado taxista, entré apresurado al aeropuerto: “Y a esto lo llaman grande, pobres ignorantes”- pensé yo, no sin cierto aire irónico. En esto estaba yo buscando el camino hacia la puerta de embarque, empresa aparentemente sencilla, pero la falta de señalizaciones y la dificultad para entender las pocas que había, representaban una ardua misión. Finalmente y tras muchas vueltas acabé llegando a la puerta de embarque, donde una sonriente azafata despachaba a los últimos pasajeros:

- Buenos días- dije yo, tendiéndole el billete, mientras trataba de sacar el DNI de aquella odiosa cartera.

- Lo siento- se excusó ella- no hay más asientos, el que quedaba fue para aquel caballero de allá- indicándole a un hombre con el pulgar, por encima del hombro.

- ¡Pero eso es imposible! Mi billete estaba reservado hace, lo menos, tres semanas. Debe de ser un error, vuélvalo a comprobar.

- Lo siento, pero ha habido “overbooking”, de todas formas es posible que algunos de los asientos de primera clase queden libres y usted pueda entrar. No se lo garantizó, pero es todo lo que puedo hacer…. Eso, o puede usted coger un taxi y…

-¡Ah no, eso ni hablar, todo empezó por ese maldito taxista, su taxi con aerofobia y su abuela con alas!- realmente creo que no lo dije en el orden correcto, y las miradas asustadas de las azafatas y las vigilantes de los guardias, me hicieron ver, impotente, que lo único que me quedaba era esperar.

- Disculpe Señor.
- ¿Si…? - era la azafata de antes.

- Quedó al final un sitio libre en primera clase. Ha tenido mucha suerte, ya verá como la espera tuvo sus frutos- sonrió y se fue.

No tenía ni idea de por qué habría tenido tan buena suerte, aparte del hecho de haberme quedado dormido y no haberme despertado sin equipaje. En cualquier caso di las gracias, me levanté, y mientras recogía el equipaje me estiré disimuladamente. Seguía, aunque cansado y amargado, siendo un caballero.

Cuando llegué a mi asiento, la única sorpresa que encontré fue que no había diario deportivo internacional, aparte de eso, ya había hecho más vuelos en “business” y no había nada que me llamase la atención.

Unos minutos después se comunicó que iba a comenzar el despegue y que  permaneciésemos sentados y con las bandejitas de los asientos cerradas. Justo en ese momento llegó, el que sería en este viaje a tierras suecas mi compañero, un hombre que superaba fácilmente los sesenta, bien vestido, y con un elegante y fino corte de pelo que denotaba una rebosante cuenta bancaria. Llegó, se sentó y apresurado se abrochó el cinturón, tanto que sin querer, me dio un codazo en mi brazo derecho.

- Discúlpeme, usted señor, que aunque vuelo a menudo, estas maquinas aéreas me dan un fiero horror. Aunque veo que usted no tiene mucha mejor cara, ¿también le causa pavor el volar?

- No que va, es el cansancio – no quería decirle que en realidad la cara sí era de horror, pero horror ante la idea de tener sentado durante trece horas a un nuevo “taxista”, aunque este fuese treinta años mayor y con un corte de pelo de ciento cincuenta euros.

- Ah, ya. Bueno cuando se es joven hay que divertirse, y disfrutar ¿no cree?

- Sí, digo no… Oiga mire yo he venido porque tenía unos asuntos que zanjar, pero de trabajo, y ahora en Estocolmo, otros tantos. Pero de trabajo, yo ya no tengo tiempo para nada más.- El semblante del anciano no cambió ante estas palabras que solían sorprender en general a la gente, a la vez que despertaban ciertos signos de desaprobación, lástima, o burla en algunos casos. En cambio para mi compañero fueron simplemente unas palabras más.

- Bueno, ya que parece que vamos a tener un largo viaje por delante y yo no soy de los que duermo, me temo que tendremos que pasar a las presentaciones…- en ese momento pasó un par de azafatas sonrientes que se detuvieron con el carrito de comida, y con increíble dulzura, afecto y algo de respeto se dirigieron a mi colega, que con igual amabilidad las despidió. Conmigo el trato fue de mera cortesía, debido, por supuesto, a mi fortuita estancia en aquel asiento, por lo que no le di mucha más importancia.

- Así que se llama Alonso, no, no frunza el ceño, que no soy adivino- dijo entre risas- es que lo vi escrito en su maletín. Bonito nombre sin duda, y muy castellano diría yo, ¿es usted español?

- Sí, de Madrid- ante el silencio de mi interrogador supuse que querría más información- como ya le he dicho sólo vine aquí por trabajo. Por cierto, interesante ciudad Arequipa. Bastante moderna y renovada. ¡Si hasta tiene más aeropuertos que Madrid!

- Me alegro que le gustase, pero si se refiere al otro aeropuerto sepa usted que es una base militar, no se realizan vuelos desde allí.

En aquel momento, una gran ola de resignación me invadió, “Así que base militar”, pero en vez de irritarme, la emoción salió en forma de sonrisa.

- Y usted ¿a qué va a Estocolmo?- pregunté yo ahora, antes de que le diese tiempo a lanzarme otra a mí.

- Nada, unos asuntillos, también de trabajo, ¿eh? No se vaya usted a pensar nada. Y aparte de trabajar ¿no hace nada más? ¿No lee, no tiene afición alguna?

- Antes sí, fíjese que me encantaba a mí lo de leer… ¿Conoce usted la novela  “La ciudad y los perros”? No me acuerdo del autor, pero sí que me gustó bastante ¿La ha leído?

- Algo me suena, creo que me lo habré leído así por encima. ¿Por qué ya no lee? Y no me diga que por tiempo, que estas horas de avión le vendrían perfectas.

 - Mi madre murió hará ya unos diez años. Era ella quién me regalaba siempre libros, me aconsejaba y alentaba a leerlos. Luego, una vez acabados, siempre teníamos charlas y discusiones sobre ellos. Eran nuestros momentos “literáricos” que fue así como yo los llamé una vez, tras descubrir que el arte de escribir se llamaba literatura - una pequeña mueca de ironía asomó en mi cara-  Cuando ella murió, dejé de leer. Cada vez que lo hacía, no disfrutaba, no quería acabarlos porque ya no tendría esos momentos en los que exultante y feliz acudía corriendo emocionado a mi madre, para compartir todas las vivencias que había sentido entre esas ásperas páginas, todas aquellas aventuras, ideas y sensaciones que me inspiraban y que tantos dulces ratos me aportaron. La simple idea de finalizar uno me hacía sentirme solo, me angustiaba ver que llegaba al desenlace de sueños impresos en papel que se transformarían en pesadillas reales en mi mente. Poco a poco el hábito se marchó, y supongo que nunca más quise tener nada que ver con la letra.
  Después de esto, el hombre no dijo nada, y yo hice lo propio, me acomodé en el asiento y miré por la ventanilla. Por mucho que tratase de conciliar el sueño no podía, el asiento a pesar de ser de cuero, recostable y tener mil lujos, me parecía el sitio más incómodo del mundo “¿Cómo he podido ser tan estúpido?” -pensé- “Habrá pensado que soy un chalado. Él hablándome, de banalidades, y le salgo yo con todo esto, sin ni siquiera saber su nombre”. Finalmente me dormí, y soñé. Soñé con el taxista, con la azafata, con mi anciano compañero. Soñé con que se burlaban de mí, se reían a carcajadas y yo no podía decirles nada, porque tenía que trabajar.
  - ¿Señor?
  - Sí, sí… estoy despierto, ¿quién es?- era la azafata.
  - Señor ya hemos llegado. Ya ha salido todo el mundo debería tener más cuidado de quedarse dormido en los sitios, ya he tenido que despertarle dos veces- y sonrió, pero no con la sonrisa de desprecio que tenía en el sueño. -¿Y bien?, no me diga que no tuvo suerte ¿eh? ¡Ah!, por cierto me dio esto para usted.
  - ¿Cómo?, ¿Quién?- yo no entendía nada.
  - Anda no se haga el loco, le hablo de su compañero, del hombre que se sentó a su lado durante el vuelo
  -…-seguía sin entender nada.
  - Es increíble, ¿no sabía que el hombre con el que estuvo todo el rato, no era otro que el gran Mario Vargas Llosa? Ganador del premio Nobel de Literatura de este año.
  - ¡Ese era el autor de…! - De repente comencé a entenderlo todo, y una nube de confusión se cernió sobre mí. Sin mediar palabra cogí el papel que me había dejado el ilustre, y comencé a leerlo atónito:

 Querido compañero de viaje, ya sé que nos conocemos de muy poco, y que quizás esta nota te sorprenda, no es para menos, pero es que ciertamente, tu historia me conmovió, y me hizo sentirme mal, aunque peor me sentí por haberme quedado callado cuando debí de haberte contestado, pero te dormiste pronto y no pude ya pedirte perdón. No sé si sabrás quien soy a estas a alturas aunque en cualquier caso creo que estoy en deuda contigo. Me emocionaste mucho con tus palabras y realmente fue satisfactorio el que no me reconocieras, ya que así pude conversar contigo sin tapujos ni molestias. Cuando hablaste de tu madre, y la causa de tu negativa a volver a leer, pensé que quizá yo pudiese ayudarte. Así pues, te dejo una lista de libros abajo, son grandes obras que a mí me ayudaron mucho cuando estuve mal, y también te dejo mi teléfono, para que cuando los acabes tengas con alguien con quien comentar. Me encantaría conocer tu punto de vista. Hasta un, espero, pronto reencuentro          
                                                                         MVL

Mario Vargas Llosa
  Cuando acabé de leer la carta por quinta vez, por fin tuve tiempo para ver que aquello era cierto; que no era ninguna clase de sueño maquiavélico; que las sombras no aparecerían de un momento a otro tratando de burlarse de mí. Entonces reí a carcajadas, reí por todas las risas que había ahogado, por tantas que nunca quisieron salir. Y lloré, lloré como el niño que abraza a su madre tras ver su rodilla magullada; como un padre que descubre cuanto tiempo podría haber pasado con su hijo, y que ya no podrá pasar.
  - ¿Se encuentra bien? – ya no me acordaba que la azafata seguía ahí delante.
  - Sí, ha sido… la emoción, supongo, nada más.
  - Tranquilo, si quiere puede conversar conmigo acerca de libros, y si quiere esta noche estoy libre, conozco un muy buen restaurante, ¿le apetece cenar conmigo?
- Me encantaría.
  Y así, conversando sobre prosa, drama y poesía nos encaminamos a la salida del avión, y como “Sólo un idiota puede ser totalmente feliz”, yo a partir de aquel momento, me convertí en el hombre más idiota del mundo.



Colegio Monte Tabor.Primer Premio de VI concurso literario "Mio Cid" . 7ª Categoría. Padres y Profesores



BERNARDO DE GALVEZ Y LA BATALLA DE PENSACOLA (1781)
Por D. José Mª García-Arias Vieira


La tensión a bordo del  buque insignia de la flota española fondeada frente a Pensacola resultaba insoportable. Los comandantes de los buques, reunidos alrededor de almirante de la flota, D. José Calvo Irazábal, asistían, atónitos, a la  discusión que mantenía con el mariscal de campo D. Bernardo de Gálvez. Los soldados que, firmes y con la mirada al frente, custodiaban el camarote de oficiales, temblaban dentro de sus uniformes. Nada bueno podía salir de aquel enfrentamiento entre los responsables de la operación que, hasta hacía poco, transcurría dentro de la normalidad militar. La marinería y los infantes de marina embarcados en el navío San Román permanecían en las cercanías del lugar del  que provenía el intercambio de gritos, exclamaciones y amenazas que preludiaban una asonada de imprevisibles consecuencias. Unos y otros mantenían una actitud belicosa, a la espera de que cualquiera de sus superiores diera el paso definitivo hacia un enfrentamiento abierto entre los encargados de maniobrar el buque y los soldados que tendrían que combatir en tierra para tomar aquel territorio ahora en manos británicas.

Habían llegado a la bahía el día 7 de marzo de 1781. Dos días después se había tomado la isla de Santa Rosa, que protege su entrada y deja un reducido paso, repleto de bajíos,  dificultando, hasta casi hacerlo imposible, el acceso de los buques a su interior, máxime bajo el fuego de los fuertes artillados que protegen, envolviéndola por sus flancos, la ciudad sitiada.

Aquella misma mañana, el almirante Calvo había intentado forzar la entrada de la bahía, pero su buque encalló y estuvo en un tris de perderse. Hubo que aguantar el fuego enemigo hasta que la subida de la marea y el aligeramiento de la carga del barco permitìeron volverlo a poner a flote. Demasiado riesgo para una flota tan poco numerosa. Entrar en aquella ratonera, con todo el fuego de la artillería enemiga concentrado en el estrecho paso que permitían unos fondos de los que la escuadra española no poseía cartografía alguna, sólo podía llevar al desastre. Calvo no estaba dispuesto a perder su flota, ni mucho menos a proporcionar un sangrienta victoria a los generales Chester y Campbell. No iba a permitirse perder a los casi siete mil soldados que, entre infantes de marina, granaderos, soldados criollos y voluntarios, habían ya puesto pie en tierra y necesitaban urgentemente el apoyo de la artillería naval para poder avanzar o, al menos, no perder sus posiciones. Además, Calvo era consciente de que una importante flota inglesa andaba cerca. Demorar por más tiempo el sitio era un riesgo que rayaba en la insensatez

Por ello, nada más volver a sentir el suave balanceo del San Román, libre de las ataduras del fondo arenoso que estuvo a punto de provocar su pérdida, tomó la decisión de ordenar el reembarque de las tropas de tierra para poner rumbo a La Habana. Ordenó comunicar a las restantes embarcaciones la inmediata puesta en el agua de todas las chalupas para recoger a las tropas desembarcadas y preparar los navíos para la partida.

-”Excelencia, desde el bergantín Galveztown el mariscal Gálvez solicita una reunión inmediata de todos los comandantes de los buques a bordo del San Román”.

 “El joven Gálvez”. -contaba treinta y cinco años y hacía dos que había sido ascendido a mariscal de campo- “Ese muchacho insolente, hijo del Virrey de México y sobrino del ministro de las Indias. ¿Quién es él para solicitarme nada?. Que cumpla las órdenes. Soy yo quien toma las decisiones y por duras y desagradables que resulten, su obligación es acatarlas y ponerlas en ejecución de inmediato”.

“Excelencia, -se atrevió a interrumpir el segundo de a bordo- quizá fuera conveniente escuchar al mariscal Gálvez. El exitoso bloqueo del puerto de Nueva Orleans, los numerosos combates librados para asegurar el control del Misisipi y la toma de Mobile hacen de él un oficial prestigioso, digno del mayor respeto”.

“Sea. Convoque a los comandantes de la flota a consejo. No dudo de que la disciplina de mis oficiales convencerá a Gálvez de lo insolente de su actuación”.

Poco después, D. José Calvo repetía, esta vez de viva voz, la orden de embarque e inmediata partida.  Sus oficiales, sin romper siquiera un segundo la disciplinada compostura, expresaban, sólo mediante la mirada, la profunda decepción que acatar aquella orden les provocaba. No podían evitar la sensación de que se trataba de una huida ante un enemigo que, aunque peligroso, podía ser reducido, aun a costa de sufrir pérdidas dolorosas.

El capitán de fragata D. Miguel Alderete, al mando de la Santa Clara, artillada con 34 cañones solicitó permiso para hablar, que le fue inmediatamente concedido

-”Excelencia, debiéramos considerar la posibilidad de que el capitán Goicoechea y yo mismo emboquemos el canal con las dos fragatas de que disponemos. Su menor calado y mayor maniobrabilidad podrían permitirnos franquear el paso con relativa rapidez. Una vez situados frente a Pensacola y con nuestra artillería operativa, el San Román puede iniciar el paso más despacio y tomando mayores precauciones”.

-”Eso es una temeridad, capitán”-Calvo apenas podía sostener su irritación ante la insistencia de su subordinado. “El riesgo de embarrancar  es muy considerable y no digamos el de ser alcanzado por las baterías enemigas. Perderíamos las dos fragatas, el reembarque de las tropas resultaría imposible y sólo nos quedaría este navío para hacer frente a un eventual encuentro con la flota inglesa, con lo que perderíamos todos los transportes. Una locura que no estoy dispuesto a autorizar”.

-”Y por lo tanto, huimos. Les enseñamos la avergonzada enseña que ondea en la popa del buque insignia a los ingleses. Nos volvemos a La Habana, perdiendo así la iniciativa que hemos mantenido durante dos años y, de paso, demostramos al mundo que los soldados de Su Católica Majestad, D. Carlos III, son derrotados por el miedo y por la cobardía”-

-“Gálvez”.”¡Firmes!”. “Su insolencia no conoce límites. Ni su padre ni su tío podrán evitar el Consejo de Guerra que ordenaré que se le forme en cuanto regresemos a La Habana. Su Excelencia no merece vestir el honroso uniforme de España. Sólo merece la degradación y, quizá, un pelotón de fusilamiento”.

-”Los galones que luzco con orgullo los he ganado venciendo a los ingleses en cuantas ocasiones me ha sido dado plantarles cara. Nada tienen que ver mi padre ni mi tío. Han sido mi arrojo y mi firme voluntad de no dar cuartel al inglés los que me han otorgado cada uno de los entorchados que engalanan mi uniforme. Para derrotar al enemigo es imprescindible la voluntad de vencer y Su Excelencia carece de ella. Yo digo, aquí y ahora, que vuestra actitud es contraria al espíritu de las Ordenanzas militares; que vuestro acto es indigno de quien sirve a la corona de España y que de esa indignidad deberéis rendir cuentas, no a mí, ni al rey, ni siquiera a España. Será la Historia la que os degrade a la ignominia. Caeréis en el estruendoso olvido que acompaña al que, pudiendo escribir una página de gloria en el sagrado libro de la patria, huye buscando la seguridad y el consuelo de sus mujeres”.

Retrato de Bernardo Gálvez. Virrey de Nueva España.
-”Mariscal” - Calvo se dirigió al mariscal de campo D. Juan Manuel de Cajigal y Monserrate, segundo comandante de Gálvez.”Conduzca al mariscal Gálvez al Galveztown y manténgalo bajo arresto hasta que desembarquemos en la Habana. La reunión ha terminado“. Y. dirigiéndose al resto de los oficiales presentes. les ordenó

-”Pongan en marcha las órdenes recibidas. Partiremos en cuanto las tropas de infantería estén embarcadas y los buques preparados para levar anclas”.

Ya a bordo de su buque, Gálvez fue recluido en su camarote. Cajigal, muy a su pesar, comunicó a la oficialidad las desagradables novedades que se habían producido a bordo del San Román. Transmitió las órdenes de Calvo y decidió visitar a su superior, ahora destituido del mando y cuyo futuro no podía presentársele peor.

-“Mala singladura, Cajigal. Esta vez la fortuna viene de proa”. No parecía sentirse demasiado afectado por el cúmulo de adversidades a los que tenía que hacer frente. Si bien permanecía serio, su actitud no era la de quien se siente derrotado.

-“Gálvez, os habéis extralimitado. Vuestra actitud no ha dejado otra alternativa al almirante Calvo. Sabéis que os respeto y os admiro. Me tengo por vuestro amigo, pero  habéis sobrepasado el límite de la insubordinación. Siento tanto como vos el fracaso de esta expedición y estoy convencido de que lleváis razón, pero con vuestras palabras habéis rebasado las normas más elementales que vuestra condición de militar os imponen”.

-“Tenéis razón, Cajigal. La referencia de Calvo a mis parientes, dando a entender que es a ellos a quienes debo mis ascensos y condecoraciones,  me ha hecho perder la compostura y comportarme de manera indigna. Pero habréis de reconocer que, al margen de lo inapropiado de mis expresiones, renunciar a la toma de Pensacola no puede traer sino consecuencias negativas. No sólo porque es posible conseguir el objetivo, sino porque ello conlleva retroceder hasta la situación a la que nos vimos abocados en 1763, cuando entregamos La Luisiana a los ingleses y pusimos en serio riesgo toda La Florida, verdadero objetivo del rey Jorge. Después caerán Cuba y todas las islas del mar  Caribe. Ese será el verdadero precio de nuestro fracaso. Ese y la vergüenza de no haber siquiera intentado cumplir con nuestro deber. Parece que olvidamos que somos militares al servicio de España y que nuestras vidas valen lo que vale nuestro valor, nuestra voluntad y empeño en cumplir con las misiones que nos encomiendan”.

El coronel José de Ezpeleta entró en ese momento en el camarote. Tras saludar a sus dos superiores, puso en su conocimiento que los comandantes de las cuatro brigadas desembarcadas habían recibido de muy mal talante las órdenes cursadas por Calvo y transmitían al mariscal Gálvez su disposición a mantener las posiciones si así lo decidía. Se ponían a las órdenes de su mariscal y estaban dispuestos a morir combatiendo antes que volver la espalda al enemigo.

Cajigal tomó una decisión arriesgada. Quizá fuera una locura que acabara con sus huesos en algún castillo. Quizá perdiera toda su brillante carrera militar. No importaba. Él también prefería perderlo todo antes que convertirse en cómplice de un acto que consideraba cobarde. Se puso, de nuevo, a las órdenes de Gálvez, devolviéndole el mando y dispuesto a arrostrar las nefastas consecuencias que su acción podría conllevar.

El teniente Vila solicitó permiso para subir a bordo del San Román. Traía un mensaje del  Galveztown, con órdenes precisas de entregárselo personalmente al almirante Calvo. Ya en presencia de éste, le hizo entrega de un pesado paquete y del mensaje escrito que remitía el mariscal Gálvez.

El paquete contenía una bomba y el mensaje decía:

“Una bala de a treinta y dos recogida en el campamento, que conduzco y presento, es de las  que reparte el fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor, que me siga. Yo voy delante con el Galveztown para quitarle el miedo”.

Calvo no tuvo tiempo de reaccionar. El griterío proveniente de cubierta hizo que abandonara el camarote donde había recibido el mensaje. Lo que observó cuando llegó a su puesto de mando, le dejó sin aliento. El Galveztown, con Gálvez situado en el puesto más visible y enarbolando la enseña de almirante, seguido por la balandra Valenzuela y dos lanchas cañoneras bajo su mando directo,  enfilaba el estrecho y peligroso canal que daba acceso al interior de la bahía, al tiempo que lanzaba hasta quince andanadas de su artillería a modo de aviso de que su acción no tenía vuelta atrás. Inmediatamente, un intenso fuego artillero, proveniente de los fuertes ingleses, hizo saltar agua y limo alrededor del bergantín que, sin recibir ningún impacto, continuaba impertérrito su peligrosísima incursión. Nada lo detenía. Nada podía detenerlo.

A punto de perderse de vista el Galveztown, rebasada la isla de Santa Rosa, la escuadra española, espontáneamente, sin esperar órdenes, se puso en movimiento. Las fragatas Santa Clara y Santa Cecilia, seguidas del chambequín  Caimán  y del paquebote San Gil  iniciaban su andadura tras la estela del bergantín suicida. Le siguieron todas las demás embarcaciones. La acción resultaba ya imparable.

Aún estaban atravesando el canal, cuando el Galveztown, ya situado frente a las fortificaciones de Pensacola, inició un eficaz bombardeo, al que siguió de inmediato el fuego artillero de las baterías desembarcadas. Entre ambos, abrieron numerosas brechas en las defensas británicas por las que se colaba la infantería española, con las bayonetas caladas y alentados por el irrefrenable empuje de sus oficiales. Pensacola estaba derrotada. Así lo entendieron los generales ingleses. El día 9 de mayo de 1781, Chester y Campbell rindieron la ciudad y fueron hechos prisioneros. La bandera de España volvía a ondear después de dieciocho años, orgullosa, en aquella ciudad, la última que los ingleses poseían en el territorio continental del golfo de México. El arrojo, la determinación y el carácter indómito del mariscal de campo D. Bernardo de Gálvez culminaron una hazaña determinante en el decurso de la Guerra de la Independencia de las colonias inglesas del Norte de Amèrica.

Lejos de recibir castigo alguno por su insubordinación. Bernardo de Gálvez fue distinguido por el rey Carlos III con los títulos de Vizconde de Galveztown y Conde de Gálvez, incorporando a su escudo de armas el lema “Yo solo”, en referencia a su hazaña de Pensacola

En 1784 fue nombrado Gobernador y Capitán General de Cuba

En 1785 fue designado por el rey Virrey de Nueva España

Falleció en 17 de junio de 1785, a los cuarenta años de edad, y sus cenizas reposan, junto con los de su padre, en la Iglesia de San Fernando, en la ciudad de México.

Desde el primer momento fue considerado un héroe de la independencia de los Estados Unidos de América,  hasta el punto de desfilar a la derecha del George Washington en la parada militar del día 4 de Julio